El ser humano parece llevar incorporada la necesidad de ceremonial. Cómo un acto intimidatorio puede llegar a convertirse en algo solemne, es un misterio que solo un puñado de militares es capaz de resolver.
Me estoy refiriendo al momento más esperado por cualquier promoción de veteranos de un cuartel. Aquel en el que los pollos son trasladados a los barracones donde, pasado el periodo de instrucción, dormirán durante su estancia en destino. Allí coincidirán con los llamados abuelos, soldados que tienen “poca mili” por delante, a los que solo faltan unos meses para licenciarse, y que tienen merecido disfrutar del tutelaje de las nuevas remesas de incautos después de las humillaciones sufridas.
Se monta una ceremonia de bienvenida, ejecutada por regla general en un momento de descanso o por la noche. Lo de bienvenida es un decir, ya que el acto consiste en reunirnos a todos en una camareta y que uno de los veteranos, que lleva el título de abuelo coman, nos amenace con, en mi caso particular, un bate de béisbol o, imagino, cualquier otro objeto contundente, nos haga cantar unas estrofas que van pasando de generación en generación y nos advierta de lo que nos aguarda en adelante.
Lo peor es que hay pollos que, bien porque lo han oído de algún colega o hermano, o bien porque llevan en sus genes un componente de masoquismo alarmante, saben ya de antemano cuál es el mecanismo de relevo del abuelo coman y lo acepten encantados.
Los abuelos tienen derecho a putear, golpear y esclavizar a los recién llegados, huelga decir que los rebeldes pueden ser tratados mucho peor, y que es inútil quejarse al mando de turno, éste conoce perfectamente la tradición y se reconoce incompetente para inmiscuirse en tan nobles costumbres.
Pero lo gracioso del asunto es que quién más putadas, bromas, golpes y humillaciones reciba, será nombrado a su vez abuelo coman cuando aquellos que lo han maltratado reciban “la blanca”, esto es, se licencien.
Ya os podéis imaginar adónde voy. Muchos de nosotros, los que no queríamos entrar en el juego (porque era un juego) no fuimos molestados por la sencilla razón de que una decena de pollos buscaban ellos mismos las humillaciones, compitiendo por el título futuro de abuelo coman. No puedo imaginar un comportamiento más estúpido, competir por ser quien más collejas reciba. Pero esto era así, hasta ese punto era capaz de embrutecer al personal el estar encerrados entre cuatro muros.
Desde luego, aquí se cumple el dicho de sarna con gusto, no pica. Ni que decir tiene que los dos o tres chavales más tontos –y este apelativo se lo van ganando ya desde la instrucción- de mi promoción recibieron finalmente el título ansiado así como las divisas de lugartenientes.
Y vuelta a empezar, porque si de algo se caracterizaba la mili era de su carácter inmutable.