“La Unión hace la fuerza”. Esa es la divisa de los belgas, un pueblo, por lo demás, completamente artificial, creado por los estadistas y privilegiado en cuanto a su ubicación en Europa, rodeado por los países más ricos del continente, Holanda, Reino Unido, Francia y Alemania. De ahí que Bruselas sea la capital de la UE.
En Bélgica hay dos nacionalidades, Flandes y Valonia. En la historia reciente, han aparecido los egoístas separatismos fruto del fin de la era del carbón, que ha deprimido ciudades antaño prósperas, como Lieja; separatismos que han convertido a muchos ciudadanos belgas en enemigos mutuos.
Si vais a este país, debéis centraros sobre todo en el noroeste, en las regiones flamencas. Gante, una ciudad monumental de una belleza indescriptible; Brujas, otra Venecia del norte, con sus canales y sus casas de ladrillo; Amberes, uno de los mayores puertos del mundo; Bruselas, la capital administrativa, muy burocratizada, todas ellas cuentan con plazas singularísimas, con los típicos y medievales edificios estrechos en forma de seta, a veces inclinados, que no podréis ver en ningún otro rincón de Europa.
Los gofres y las alfombras son los productos más llamativos para el turista, que mantienen su fama internacional. La cerveza belga, la de abadía, sigue siendo la mejor del mundo. La visita a las tiendas de jarras decorativas debe combinarse sabiamente con la cata de esta saludable bebida, del mayor número posible de sus variedades y en todas las tabernas del país a las que tengáis oportunidad de entrar. Recordad que es buena para las encías, para las embarazadas, el riñón, etc y bien fresca un digno complemento de un menu veraniego.
Los que dispongan de más tiempo, tienen a tiro de piedra Amsterdam y Paris, Luxemburgo y la ruta del Rhin-Mosela, de los que hablaré en sucesivos post.