Aquellos que niegan el cambio climático deberían irse a vivir a Stavanger una temporadita, y hablar de ello con los habitantes de esta apacible localidad pesquera, frente a la cual se encuentra una de las mayores atracciones turísticas de Noruega, el Púlpito, o, como lo llaman los nativos, Preikestolen.
Para llegar a esta plataforma cortada a pico situada a 600 m sobre el nivel del mar hay que coger un ferry, un autobús y chuparse una ascensión de dos horas por una montaña bastante peligrosa en la que, por cierto, también se puede acampar y hacer fuego a discreción, como es costumbre en gran parte de la civilizadísima Escandinavia.
Una vez en la cima y si la lluvia nos respeta podremos admirar una panorámica absolutamente diáfana del Lysefjord que nos dejará sin aliento. Si alguno de vosotros tiene el valor suficiente para asomarse al borde de esta roca y mirar abajo comprobará que los barcos que hacen excursiones por estas antiguas lenguas de glaciar parecen pulgas desde esa altura.
Quien viaje a Escandinavia debe saber que lo más interesante de esta porción de Europa se encuentra al oeste, entre el Valle Voss y las Islas Lofoten. La orografía noruega esconde algunas rutas bellísimas. La pega es que la red viaria es infame, con frecuencia quien viaje en coche se encontrará en un desfiladero o acantilado sin poder ceder el paso al coche que viene en sentido contrario y sin espacio para maniobrar.
Como premio, Noruega ofrece innumerables rincones verdaderamente vírgenes, de los que os iré hablando en sucesivos post.
Hasta la próxima.